jueves, 12 de mayo de 2011

El proferta Muhammad consultaba los asuntos con sus mujeres






·La consulta del Profeta con sus mujeres:

· El Mensajero hablaba de los asuntos con sus mujeres como si fueran sus colaboradores y amigos. Seguramente él no necesitaba su consejo, ya que él fue conducido por la Revelación. Sin embargo, quería enseñar a su nación que los hombres musulmanes debían consultar a sus mujeres. Eso era una idea bastante radical en su tiempo, que incluso hoy en día lo es en muchas partes del mundo. Comenzó a enseñar a su gente a través de su propia relación con sus mujeres. Por ejemplo, las condiciones establecidas en el Tratado de Hudaybiya decepcionaron y enfurecieron a muchos musulmanes, ya que por una condición estipulada no iban a poder hacer la pereg­rina­ción aquel año. Ellos quisieron rechazar el tratado, ir a La Meca y enfrentarse con las posibles consecuencias. Pero el Mensajero les ordenó matar a sus animales de sacrificio y quitarse su atuendo de peregrino. Algunos Compañeros vacilaron esperando que él cam­biara de opinión. Él repitió su orden, pero ellos siguieron vaci­lando. Ellos no se opusieron al Profeta; más bien, todavía esperaban que él cambiara de opinión, ya que habían salido con la intención de peregrinar y no querían parar en mitad del camino. Al darse cuenta de esta renuncia, el Profeta volvió a su tienda y preguntó a Umm Salama, su esposa que le acompa­ñaba entonces, acerca de lo que ella pensaba sobre la situación. Entonces ella se lo dijo, totalmente consciente de que él no necesitaba su consejo. Al hacerlo, el Profeta les dio a los hombres musulmanes una importante lección social: en absoluto no hay nada incorrecto en el intercambio de ideas con las mujeres sobre los asuntos importantes o sobre cualquier otro tema. Ella dijo: ·¡Oh Mensajero de Allah! No repitas tu orden. Ellos pueden oponerse y así fallecer. Mata a tu animal de sacrificio y quítate tu atuendo de peregrino. Ellos obedecerán, por voluntad propia, cuando ellos ven que tu orden es definitiva.·[6] Él inme­diatamente tomó un cuchillo en su mano, salió y sacrificó a su oveja. Los Compañeros comenzaron a hacer lo mismo, ya que ahora estaba claro que su orden no cambiaría.

El consejo y la consulta, como cada buena acción, fueron practicados por el Mensajero de Allah primero dentro de su propia familia y luego en una comunidad más amplia. Incluso hoy, enten­demos tan poco acerca de la relación con las mujeres que es como si vagáramos sin rumbo fijo alrededor de una parcela de tierra, inconscientes del enorme tesoro sepultado bajo nuestros pies. Las mujeres son seres secundarios en las mentes de muchos, incluso de aquellos autoproclamados defensores de los derechos de la mujer así como de muchos hombres autoproclamados musulmanes. Para nosotros, una mujer es la parte que forma un todo, una parte que hace útil las otras partes. Creemos que cuando las dos mitades se unen, la unidad verdadera de un ser humano aparece. Cuando esta unidad no existe, la humanidad no existe-ni el hecho profético ni la santidad ni el Islam.

Nuestro maestro nos animó con sus iluminadas palabras a comportarse tiernamente con las mujeres. Él declaró: “Los creyen­tes más perfectos son los mejores de carácter y el mejor de vosot­ros es aquel que es más amable con su familia”.[7] Está claro que las mu­jeres han recibido el honor verdadero y el respeto que merecían, no solamente en teoría, sino en la práctica actual, sólo una vez en la historia-durante el período del Profeta Muhammad. ·El Mensajero de Allah dejaba decidir a sus mujeres.· Ellas podían decidir si quedarse con él o marcharse: ∙¡Profeta! Di a tus esposas: “Si queréis la vida del mundo y sus apariencias, venid que os dé algún provecho y os deje ir con toda delicadeza. Pero si queréis a Allah y a Su mensajero y la morada del Más Allá, es verdad que Allah ha preparado una inmensa recompensa para aquellas de vosotras que actúen con rectitud” (33:28-29).

∙Algunas de sus mujeres que deseaban una vida más próspera preguntaron: “¿No podríamos vivir con un poco más de lujo como los otros musulmanes? ¿No podríamos tener al menos un tazón de sopa diaria o algunas ropas más bonitas?” A primera vista, tales deseos podrían ser considerados justos. Sin embargo, ellas eran miembros de la familia que debía ser un ejemplo para todas las familias musulmanas hasta el Día del Juicio Final. El Mensajero entró en un período de decadencia física ya que se aproximaba su fin. La noticia se divulgó y todos se precipitaron hacia la mezquita y comenzaron a llorar. La pena más pequeña sentida por su querido Mensajero era suficiente para llevarlos a las lágrimas y hasta el incidente más pequeño en su vida los molestaría. Abu Bakr y Omar, viendo en el acontecimiento con una luz diferente ya que sus hijas estaban directamente implicadas, marcharon apresuradamente a la mezquita. Quisieron verlo, pero él no los dejó entrar. Final­men­te, en su tercer intento, consiguieron entrar y comenzaron a rep­render a sus hijas. El Mensajero vio lo que pasaba, pero sólo dijo: “No puedo permitir lo que ellas quieren”.[8] El Corán dec­lara: ·¡Mujeres del profeta! Vosotras no sois como cualquier otra mujer (33:32).

·Las otras podrían salvarse simplemente realizando sus obligaciones, pero ellas que estaban en el mismo centro del Islam tenían que dedicarse totalmente, de modo que ninguna debilidad apareciera en el centro. Había ventajas en ser la esposa del Profeta, pero estas ventajas traían responsabilidades y riesgos potenciales. El Mensajero las preparaba como ejemplos para todas las mujeres musulmanas del presente y del futuro. Él estaba especialmente preocupado de que ellas disfrutaran de la recompensa por sus buenas acciones en este mundo y así estar incluidas en:
·Habéis consumido las cosas buenas que tuvisteis en vuestra vida terrenal (46:20)·

. La vida en la casa del Profeta era incómoda. Por eso, sea de manera explíci­ta­ o implícita, sus mujeres hicieron algunas mo­destas peticiones. Como su posición era única, no esperaban de ellas divertirse en un sentido terrenal. Algunas personas piadosas se ríen sólo unas veces durante sus vidas; las otras nunca llenan sus estómagos. Por ejemplo, Fudayl ibn Iyad nunca se rió en toda su vida. Sólo una vez sonrió y aquellos que vieron hacerlo le preguntaron por qué había sonreído, ya que estaban enormemente sorprendidos. Él les dijo: “Hoy me he enterado de que mi hijo Ali murió. Me puse feliz al oír que Allah lo amaba y entonces sonreí”.[9] Si había tal gente fuera de la casa del Profeta, sus mujeres, que eran aún más piadosas y respetuosas a Allah y consideradas como “las madres de los creyentes” deberían estar seguramente en el más alto grado. No es fácil merecer estar junto con el Mensajero en este mundo y en el Más Allá. Así, estas mujeres especiales fueron sometidas a una gran prueba. El Mensajero permitió que ellas eligie­ran su pobre casa o los lujos de este mundo. Si ellas elegían el mundo, él les daría todo lo que quisieran a ellas y luego anularía su matrimonio con ellas. Si elegían a Allah y a Su Men­sajero, tenían que ser felices con sus vidas. Eso era una peculiaridad de su familia. Ya que esta familia era única, sus miembros tenían que ser únicos. El cabeza de la familia fue elegido, como las mujeres y los niños.

El Mensajero primero llamó a Aisha y le dijo: “Quiero hablar de algo contigo. Debes hablar con tus padres antes de tomar una decisión”. Después recitó los versos mencionados anteriormente. Su decisión fue exactamente lo esperado de la hija sincera de un padre sincero: “Oh Mensajero de Allah, ¿necesito hablar con mis padres? Juro por Allah que elijo a Él y a Su Mensajero”.[10] Aisha nos cuenta lo que pasó después: “El Mensajero recibió la misma respuesta de todas sus mujeres. Nadie expresó alguna opinión diferente. Todas ellas dijeron lo que yo había dicho”. Ellas hicieron esto porque todas ellas le apoyaban. Si el Mensajero les hubiera dicho que ayunaran toda su vida sin romper dicha promesa, lo habrían hecho y lo habrían soportado con placer. Algunas de sus mujeres habían disfrutado de un modo de vida extravagante antes de su matrimonio. Una de ellas era Safiyya, quién había perdido a su padre y marido, y había sido tomado prisionera, durante la Batalla de Jaybar. Ella debía estar muy enojada con el Mensajero, pero cuando lo vio, sus sentimientos cambiaron completamente. Soportó el mismo destino que las otras mujeres. Lo soportaron porque el amor del Mensajero había penetrado sus corazones. Safiyya era judía. Una vez, se quedó consternada cuando le mencionaron esa realidad con ironía. Ella le informó al Mensajero sobre este asunto expresando su tristeza. Él la consoló diciéndole: Si lo repiten diles: ·Mi padre es el Profeta Aarón, mi tío es el Profeta Moisés y mi marido es, como ya sabéis, el Profeta Muhammad, el Elegido. ¿Tenéis algo más que yo para estar orgullosos?[·11] El Corán declara que sus mujeres son las ·madres de los creyentes (33:6)·. Aunque han pasado catorce siglos, aún disfrutamos de decir “mi madre” cuando nos referimos a Jadiya, Aisha, Umm Salama, Hafsa y sus otras mujeres. Sentimos esto por el amor a él.

Algunos las quieren más que a sus madres reales. Ciertamente, este sentimiento debió ser muy profundo y fuerte en los tiempos del Profeta. El Mensajero fue un perfecto cabeza de familia. Tratándolas por igual, siendo un amante de sus corazones, un instructor de sus mentes, un educador de sus almas. El Mensajero sobresalió en cada campo de la vida. La gente no debería compararlo consigo mismo ni con las supuestas grandes personalidades de su tiempo. Los investigadores deben considerarlo como alguien a quien los ángeles están agradecidos, siempre recordando que él sobresalió en todos los aspectos. Si ellos quieren saber sobre Muhammad deben buscarlo en sus propias dimensiones. Nuestra imaginación no puede alcanzarle, ya que ni siquiera sabemos imaginar correctamente. ¡Que la paz sea con él!


[6] Bujari, “Shurut” 15.
[7] Abu David, “Sunna”, 15; Tirmizi, “Rada” 11.
[8] Muslim, “Talaq” 34,35.
[9] Abu Nuaym, Hilyat al-Awliya, 8:100.
[10] Muslim, “Talaq” 35.
[11] Tirmizi, “Manaqib” 64

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