jueves, 3 de diciembre de 2009

Extrañas huellas islámicas desbaratan la Historia oficial de América

Los contactos entre indígenas americanos y musulmanes son ya una evidencia.
Los ooparts son objetos que se supone que pertenecen a una cultura y una época concreta pero que, racionalmente, no guardan relación con esa cultura o esa época. La batería de Bagdad, robada del museo iraquí durante el saqueo que siguió a la ocupación americana, pertenece al siglo II de la Era Común. Se trata de una pieza de cerámica y metal con todas las evidencias de haber sido empleada para producir electricidad. Los científicos no descartan que sus fabricantes la usaran para falsificar monedas de oro mediante electrolisis. Es sólo un buen caso de oopart (out of place artifacts), pero hay decenas de ellos, y América cuenta con curiosos ejemplos.

En África versus América, Luisa Isabel Álvarez de Toledo saca a la luz decenas de ooparts perfectamente documentados: maíz americano en España antes de 1492, animales europeos en la América pre-hispánica... Quienes, como ella, afirman que los musulmanes del Norte de África ya habían visitado las Antillas pueden demostrar que los contactos entre nativos americanos y moros fueron tan frecuentes que hasta hubo algunos indios que aprendieron el árabe y ejercieron de traductores para los navegantes ismaelitas. El cronista e historiador Al-Masudi relata en su obra Praderas de oro que un buque árabe se aventuró hacia el Oeste durante la Edad Media llegando presumiblemente a Norteamérica, donde fue recibido con descargas de flechas que les obligaron a dar media vuelta. También algunos arqueólogos hablan de extraños hallazgos en Sudamérica, sobre todo en Brasil, que explicarían la presencia árabe en la región: inscripciones antiguas supuestamente cananeas a las que los eruditos no prestan de momento mucha atención.

Navegantes árabes
Una arqueóloga berlinesa llamada Svetlana Balabanova dijo no hace mucho haber encontrado en una momia egipcia del museo de Munich restos de nicotina y hoja de coca, que sólo se cultivaba en América, por lo que dedujo que habían existido contactos entre las civilizaciones precolombinas y la egipcia algunos miles de años antes de que Rodrigo de Triana avistara tierra desde la Santamaría (eso unido al parecido de las pirámides del Nilo y las americanas le dieron, de momento, cierta publicidad).

Referencias históricas existen que demuestran que hubo árabes en Hispanoamérica desde muy temprano, y es sabido que Estebanico el negro, el esclavo y compañero de naufragio de Álvar Núñez Cabeza de Vaca no era negro sino bereber y musulmán. Algunas crónicas lo llaman Estebanico el moro, pero en cualquier caso, lo más notable de su biografía no tiene que ver con sus orígenes raciales sino con la increíble hazaña de recorrer buena parte de Norteamérica vagando por desiertos y cumbres y rodeados de indios hostiles de los que tuvieron que huir y protegerse constantemente. Estebanico prestó una gran ayuda a la empresa de la exploración americana pues aprendió las lenguas locales y trabajó como guía e intérprete en las sucesivas incursiones españolas en Norteamérica. Libros hay también que aseguran que fueron los chinos los primeros en tocar tierras americanas tras el aislamiento en que se sumió el continente después del siglo I de nuestra Era. La gran flota de la China, comandada por Zheng He, experto marino de fe musulmana, inició en el siglo XV una andadura monumental con más de 300 barcos y 28.000 hombres. La intención de dicha flota no era descubrir nada ni abrir vías de comunicación, sino mostrar al mundo conocido las grandezas del Imperio. Los barcos iban cargados de regalos y productos chinos con los que agasajaron a cuanta embajada se cruzó en su itinerario. No hay pruebas fehacientes de que He llegara a América, pero un almirante británico en la reserva ha publicado recientemente un libro en el que asegura que los chinos doblaron la Tierra de Fuego.

A lo largo de los dos últimos siglos se han sucedido con más o menos popularidad numerosas teorías que explican y detallan la presencia del hombre en América y su particular evolución técnica y cultural. Existen estudios absolutamente obsoletos y desechados que explican que el hombre apareció a la vez en diferentes lugares del Planeta (África, Europa, América). Otros eruditos han llegado incluso a probar que el primer hombre fue americano y que, de allí, se dirigió después a Europa poblando esta y sus continentes vecinos. Tanto unos como otros justificaban, esta vez con acierto, que la diferencia técnica y evolutiva entre las civilizaciones americanas y las otras hasta entonces conocidas, se basaban en que mientras aquellas no fueron culturas fluviales, estas sí (la egipcia, las de Mesopotamia, la del Ganges, la China...) Las culturas fluviales favorecieron el desarrollo de la agricultura (con ella, el sedentarismo) y la comunicación entre los distintos pueblos que habitaban las cuencas de los grandes ríos navegables. Las culturas precolombinas, en cambio, se encontraban en muchos casos separadas por barreras naturales infranqueables como desmesuradas selvas o insuperables cordilleras.

La ciencia ha dejado ya bien claro que la principal primera vía de acceso al continente americano fue el Estrecho de Bering, cuando el hielo tendía puentes accesibles entre Siberia y Alaska. Esquimales (ahora hay que decir inuits) y tribus de Norteamérica tienen rasgos claramente mongoles y asiáticos. No está tan claro sin embargo que todos los habitantes de Sudamérica desciendan de aquellos que penetraron por Beringia. Es más, algunos han querido ver en la lengua, las creencias y el aspecto de determinados pueblos sudamericanos, ciertas influencias del pueblo malayo, del africano y del árabe. Las coincidencias en algunos casos son absolutamente espectaculares; sin embargo, es de sobra conocido que malayos y polinesios fueron malos navegantes, por lo que suponer que los araucanos de las costas de Chile llegaron en barcos desde Pascua o Sala y Gómez sigue siendo aventurado.

Hay un auténtico oopart americano al que, de momento, hay que dar cierto crédito. Se trata de una moneda romana hallada en las proximidades de Machu Pichu y con todas las evidencias de no haber sido llevada hasta allí en época reciente. Es un hallazgo excepcional que lleva a pensar en la posibilidad de esa vía de llegada a América por los mares del Sur que ya se contempla como factible. También cabe la posibilidad remota de que esa moneda la trajese algún nómada vía Estrecho de Bering, pues pruebas existen de que hasta el siglo I de nuestra era el citado Estrecho, sin puentes de hielo desde el año 8000 a. de la E.C., fue cruzado por intrépidos navegantes.

El caso es que, en los pueblos americanos que encontró Colón, Cortés y Pizarro, entre otros, existían elementos culturales que llevan perfectamente a pensar en un origen común con las tradiciones orientales o, al menos, si cabe, en una memoria natural interna común a toda la Humanidad. Explican algunos cronistas, por ejemplo, que antes de la llegada de los españoles existían sacramentos como el de la circuncisión judía o islámica: “los llevaban cerca del altar, y con espinas hechas de maguey, o con lancetas de pedernal, les sacaban alguna sangre de las partes de la generación, y después les echaban agua o los bañaban con otras imprecaciones” (cuenta Solís en su crónica).

En Naufragios, refiriéndose a una tribu norteamericana difícil de precisar, Núñez Cabeza de Vaca escribió que por aquella tierra hubo un hombre que ellos llamaban Mala Cosa, “y que era pequeño de cuerpo, y que tenía barbas (…) y que cuando venía a la casa donde estaban se les levantaban los cabellos y temblaban y luego aparecía a la puerta de la casa un tizón ardiendo”. Aquel hombre, al parecer, hería a los indios con un pedernal y les sacaba las tripas, que las echaba a las brasas. “Y que muchas veces cuando bailaban aparecía entre ellos en hábitos de mujer unas veces y otras como hombre; y cuando él quería tomaba el buhío o casa y subíala en alto, y dende a un poco caía con ella y daba muy gran golpe. También nos contaron que muchas veces le dieron de comer y nunca jamás comió y que le preguntaban dónde venía y a qué parte tenía su casa, y que les mostró una hendidura de la tierra y dijo que su casa era allá debajo”. Ver en semejante personaje, real o imaginario, una manifestación de shaitan no es, para muchos autores, aventurado en exceso. Quienes así piensan hablan también de la inexplicable casualidad de que los pueblos americanos contasen con tradiciones religiosas tales como un paraíso, una primera pareja, el pecado original y un diluvio universal, entre otras muchas coincidencias menos teatrales.

Otros parecidos, sin embargo, siguen siendo bastante enigmáticos, como la tradición mexicana de Quetzalcoatl (serpiente alada o, más literalmente, ave quetzal y serpiente), una divinidad azteca que llegó por mar desde Oriente y que describen los códices como un hombre con barba y de cabellos grises. Desde luego es sumamente inverosímil que se tratase de Santo Tomás (como escribieron algunos historiadores antiguos con pocos medios de investigación y notable exceso de credulidad). Lo que sí consta es que aquel canoso con barbas se marchó hacia Oriente por el Atlántico, siempre según códices redactados a partir de informantes indígenas, y prometió volver (otras tradiciones refieren que se auto inmoló en una hoguera) y, por eso, algunos aztecas como Moctezuma, cuando supieron de la llegada de los españoles y de sus rostros velludos, entendieron que eran enviados de aquel legendario Quetzalcoatl. Moctezuma, en un primer momento, llega incluso a confundir a Cortés con Quetzalcoatl y le pide por medio de sus embajadores que, antes de que le arrebate el trono de México, le permita acabar sus días.
En 2007 un americano llamado Dominique Görlitz intentó recorrer la distancia que separa Nueva York de Canarias a bordo de una lancha de vela hecha de junco de totora similar a las que usan los uros del Titicaca para pescar. Abora III se llamó su barco. Fue un fracaso, igual que los de la Mata Rangi I, II y III de Kitín Muñoz; pero en cualquier caso, aunque hubieran alcanzado su destino sólo habrían podido demostrar que se puede navegar en una lancha de totora desde un continente a otro, no que alguien lo hiciera antes del siglo XV. Las evidencias, desde luego, no están en los experimentos mediáticos, sino en la documentación histórica. Para algunos, las pruebas más claras del contacto con los pueblos americanos consisten en los utensilios y las técnicas que difícilmente podrían haber sido inventados o descubiertos de forma simutánea y aislada en diferentes lugares. En fin, demasiados datos para las pretensiones de este artículo.

Fuente: http://www.webislam.com/?idt=14352

No hay comentarios:

Publicar un comentario