sábado, 13 de junio de 2009

Se cumplen 60 años de la llegada a Venezuela de 106 ’sin papeles’ canarios, en una de las expediciones más significativas


'Fugados en velero'
’La Elvira’, rumbo a un sueño
Se cumplen 60 años de la llegada a Venezuela de 106 ’sin papeles’ canarios, en una de las expediciones más significativas
Miles de canarios se jugaron la vida cruzando el Atlántico. / da


JOSÉ LUIS CÁMARASANTA CRUZSábado 17 de abril de 1949, víspera de Resurrección. Un centenar de personas se deslizan sigilosamente por el Puerto de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria, con el objetivo de embarcar en varias falúas rumbo a El Dorado americano. La mayoría son campesinos grancanarios que ganaban 20 pesetas por trabajar de sol a sol y que habían tenido que vender sus cabras para pagar las 4.000 pesetas del billete, una pequeña fortuna para la época. En el pasaje también hay 15 tinerfeños, 10 palmeros, cinco cubanos hijos de isleños y 15 peninsulares residentes de Murcia, Madrid, Almería, León, Orense, Asturias, Cuenca, Cádiz, Navarra y Baleares, así como un canario nacido en Filadelfia (Estados Unidos) y una joven venida al mundo en Auxerre (Francia).
España estaba hundida en la miseria y machacada por la represión franquista, mientras que Venezuela era una nación emergente. Las barquillas con los ’sin papeles’ canarios pusieron proa hacia la península de Jandía, al sur de Fuerteventura, donde les esperaba el balandro La Elvira. Los pasajeros acababan de abordarla cuando oyeron dos tiros y vieron acercarse vertiginosamente la lucecita verde de una patrullera. Huían con todas las velas desplegadas, pero la lancha ganaba terreno. "¡Deténganse en nombre de España!", ordenó la Guardia Civil por el altavoz. Los agentes se colocaron en paralelo a la goleta: ’¡Entréguense!’, volvieron a ordenar. "¡Que se entregue tu madre!", les respondió una voz en la oscuridad. Un golpe de viento feliz lanzó al velero hasta aguas internacionales.
Así se escribe la historia de cientos de inmigrantes isleños que, como ahora ocurre con los africanos que llegan en cayuco al Archipiélago, emigraron a América en los años 40 y 50 en busca de un futuro más próspero para ellos y sus familias. La historia de La Elvira, recogida por el escritor Gonzalo Morales en su libro Fugados en velero, no es sino uno más de los muchos relatos populares que hoy sólo quedan en la memoria de unos pocos. Éste, no obstante, se convirtió en uno de los episodios más representativos, ya que el propio Gobierno de Canarias lo convirtió en 2001 en emblema de su apuesta por la integración y la comprensión del fenómeno migratorio. No en vano, el Ejecutivo regional editó cerca de un millar de carteles con la foto de La Elvira, que fue portada del diario La Elvira de Venezuela.
Paradójicamente, estos días se cumplen 60 años de la llegada de La Elvira al puerto venezolano de Carúpano, tras una odisea que, según muchos historiadores, marcó un antes y un después en el drama de la emigración clandestina canaria hacia el Nuevo Continente. En la novela basada en esta historia, Gonzalo Morales recrea lo que bien podría ser el relato de uno de los miles de subsaharianos que han arribado en patera a las Islas en los últimos 14 años. El escritor cuenta, por ejemplo, que los ’sin papeles’ canarios pasaban casi todo el día en la bodega del barco, "donde sólo cabían tumbados y apretados como sardinas en lata". "Hacían sus necesidades tras unos tablones, vomitaban unos sobre otros y pronto se llenaron de piojos. El ácido de los vómitos y el salitre del mar desgastaron sus ropas, que se convirtieron en harapos. Con aquellos jirones, las mujeres hicieron compresas cuando se les presentó la regla. La Elvira hedía como una cloaca", denota Morales. El balandro, de apenas 19 metros de eslora, pasó más de 35 días en alta mar, hasta que la Guardia Nacional lo detectó a unas pocas millas de Carúpano. De ahí, según algunas de las personas que participaron en aquella travesía, los ’irregulares’ canarios fueron trasladados hasta un centro de inmigración de Caracas, donde iniciaron un periplo que los llevaría por distintos estados del país. La mayoría pudo reiniciar su vida en Venezuela, e incluso alguno regresó con los años.
El suplicio de todos aquellos isleños que partieron el siglo pasado hacia países como Cuba, Argentina y, sobre todo, Venezuela, guarda numerosas similitudes con el actual movimiento de las pateras y los cayucos africanos. Captados igualmente por mafias, aquéllos empeñaban sus escasos bienes contrayendo deudas en condiciones leoninas. Como norteafricanos y subsaharianos, se jugaban la vida en el mar por poco más de 20 bolívares diarios, unas 400 pesetas que se suponía iban a cobrar por maratonianas jornadas de trabajo.

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